Érase una vez dos pavos que vivían muy felices. Su casa era un agradable lugar, con un gran espacio para pasear, sol para calentarse, cama para dormir calentitos y seguros. Cada mañana se despertaban, se desperezaban lentamente, daban un paseo a su alrededor, tomaban el sol, se atusaban las plumas, bebían agua y comían algo. En su paseo saludaban a sus compañeros: el carnero Felix, la gata Gala, la cerdita Zai y el pato Fénix, entre otros.
También vivían con ellos varios humanos que se encargaban de que no les faltase nada.
Nuestros amigos tenían un carácter muy diferente: el padre, que se llamaba Moby era más serio y poco confiado, le costaba más relajarse si los humanos se acercaban a ellos, no podía evitar que su cresta se pusiera rojo intenso y muy erguida.
Sin embargo, su hija Julia era curiosa y confiada y se acercaba sin recelo al resto de los habitantes; no temía nada y vivía muy feliz. Una mañana, tumbados al sol, Julia le preguntó a su padre:
-Papá, ¿por qué cuando vienen los humanos te pones tan serio y tenso? Ellos siempre nos cuidan muy bien, nos dan comida y, bueno, aunque a veces nos ponen inyecciones para curarnos, nunca han hecho nada malo-.
-Es una larga y dura historia, cariño- Le contestaba el padre.
– Pues quiero conocerla- dijo Julia de acuerdo con su naturaleza curiosa.
– Verás, nosotros antes no vivíamos aquí. Durante varios años yo viví en un sitio que llaman granja. Allí vivíamos en jaulas muy pequeñas para poder meternos a muchos en el menor espacio posible. Nos obligaban a comer mucho para engordar muy rápido a tener muchos hijos que nos quitaban inmediatamente…- Contaba apenado Moby.
– ¿Sí, papá? ¿Y dónde están tus otros hijos?-
– Pues no lo sé, se los llevaban y nunca volvía a verlos. Como mucho, los veía en alguna otra jaula, sufriendo mientras engordaban. Y de vez en cuando, en determinadas fechas, desaparecían un montón de compañeros, de hijos, de hermanos… que nunca más volvían-.
– Papá esa historia es terrible, menos mal que yo nunca estuve allí-.
– Sí, hija, tu naciste allí. Pero tuviste la gran suerte de que aparecieron unas personas, que parecen buenas, y que nos trajeron aquí justo antes de unas fiestas que se llaman navidad. Tú eras un poco pequeña y veo que no te acuerdas
– ¿Puede ser que tengamos que volver allí?, preguntó Julia preocupada-.
– No creo hija esta gente nos cuida y me repiten una y otra vez que podemos estar tranquilos, que no nos harán daño. Después de años de pasarlo mal, me cuesta creer nuestra suerte aunque cada día que pasa, me lo voy creyendo más y más-.
A Julia le empezó a dar sueño con el calor del solecito.
-Cierra los ojos amor y descansa aquí puedes hacerlo tranquila-.