Hace unos días, mientras aparcábamos el coche en la carretera bajo un puente, vimos dos palomas acurrucadas. El lugar parecía peligroso y había restos de alas y otros fragmentos de palomas muertas, lo que nos hizo sospechar que algo no andaba bien, así que decidimos comprobar su estado.
Una de las palomas, adulta, yacía en el suelo, incapaz de levantarse ni volar, mientras que la otra, más pequeña, aún conservaba los suaves pelitos amarillos de los polluelos. La pequeña daba vueltas alrededor de la madre, intentaba arreglar sus plumas con su piquito y se acercaba a ella, sin alejarse, como buscando consuelo.
No intervenimos de inmediato, queríamos respetar su espacio y no tocar animales silvestres, así que las dejamos allí un par de horas con la esperanza de que, al regresar, ya no estuvieran. Pero, al volver, la madre y su cría seguían allí, bajo el puente, junto a la carretera.
Decidimos recogerlas con mucho cuidado, sin separar al polluelo de su madre enferma. Esa noche les preparamos una cama cómoda y segura y las alimentamos. La mamá, a quien llamamos Sol, empezó a relajarse al notar que íbamos a cuidarlas y que su bebé estaría a salvo, pase lo que pase. La pequeña Luna durmió acurrucada junto a su mamá.
Ese mismo día viajamos al santuario para llevarlas al veterinario, pero al llegar, la madre había dejado de respirar…
Si te ha conmovido su historia, amadrina a Luna y nos ayudarás en sus cuidados.
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