La leyenda habla de un tal Dunstan, herrero inglés que recibió un día la visita de un extraño hombre que solicitó herraduras para sus pies. Cuando Dunstan bajó la mirada, distinguió un par de pezuñas con cascos y rápidamente identificó a aquel viajero como al propio Satanás. El herrero, tratando de actuar con normalidad, le explicó que para realizar ese trabajo, antes debería encadenarlo a la pared, a lo cual el diablo accedió. El procedimiento resultó tan doloroso que al poco estaba implorando misericordia pero Dunstan se negó a soltarlo hasta que no le juró que no entraría jamás a una casa que tuviese en la puerta una herradura colgada.
Así se inicia el mito de la herradura como símbolo de protección para los humanos, ignorando por completo la parte del dolor y el padecimiento para quien la recibe en sus pies.
Y es que se asume que los caballos deben estar herrados, porque así se ha hecho siempre y es lo mejor para ellos. Por el contrario, está comprobado que el herraje afecta negativamente su salud e incluso acorta sus vidas.
La estructura del pie del caballo tiene un sistema vascular muy complejo y sensible, compuesto de arterias que irrigan y nutren los diferentes tejidos que componen el interior del casco. En el núcleo hay una almohadilla que, a cada pisada, se comprime y presiona la arteria que la traspasa, bombeando la sangre de la pierna entera hacia arriba. Como si tuviesen un pequeño corazón en cada pie. El herraje, por lo tanto, afecta directamente a las arterias y a la circulación sanguínea, que con el tiempo puede acarrear problemas cardiacos.
Además, la herradura obliga al caballo a caminar sobre la punta de la uña, de manera forzada y antinatural, lo cual transmite contracciones musculares al lomo y terribles dolores de espalda. Es como si nos obligasen a caminar siempre sobre tacones.
Y aún más, la herradura es anti-higiénica, ya que entre el metal y el casco, y también en los agujeros que se perforan, se instalan microbios que acaban dañando el organismo del caballo.
Por lo tanto, podemos aseverar que es falso que las herraduras faciliten al animal caminar cómodamente por todas las superficies, ya que incluso sobre cemento, el sonido del casco desnudo permite al caballo identificar el suelo, sentirse más seguro y así evitar caídas y accidentes, ya que además el casco es flexible ante las irregularidades del terreno y tiene un efecto amortiguador que protege las articulaciones.
El caballo, es una de las especies que más ha sufrido desde su domesticación, sometido a guerras, trabajos forzados, competiciones deportivas y un trato y estilo de vida completamente alejados de sus necesidades reales, físicas y psicológicas. Es hora de reconocer el sufrimiento silencioso de los caballos y entender las consecuencias del uso que se le da en la sociedad. Es hora de devolverles lo que les robamos. Hora de dejarles correr, desnudos y descalzos. Libres.