Delante del Edifici del Sucre (Edificio del azúcar) de Vic (Comarca de Osona, Cataluña) nos encontramos con una escultura en homenaje al sector de la ganadería, tan relevante en una de las comarcas con mayor proporción de cerdos por habitante de España (aprox. 5/humano). La placa que la acompaña dice «Un payés cambiado, con ropa actual, lleva un cerdito en sus manos y se supone que se encuentra en el mercado del ganado». Aparte de la poca empatía que demuestra el vender a un ser sintiente, la estatua del payés sujeta al cerdito de la pata trasera como gesto simbólico que indica la relación de explotación y sumisión que los animales no humamos tienen en nuestra sociedad.
Este homenaje, por lo que se puede intuir, se justifica por las ganancias económicas que ha producido este mercado para la comarca y el municipio. Sin embargo, lo que también ha creado es una bolsa de empleos precarios en las cárnicas que acaban ocupando jóvenes y migrantes de primera y segunda generación. Todo esto, a pesar de que grandes empresas como Casa Tarradellas tengan en esta comarca su sede. Los trabajos precarios que ofrecen, sobre todo de los mataderos, causan traumas a los empleados ya que estar despiezando a alguien para convertirlo en algo, a largo plazo pasa factura mental y físicamente.
Sin embargo, hay algo que choca a la hora de mirar la estatua, y es el anacronismo de la propia estatua con el presente. El creciente interés social no solo por el bienestar animal sino por los derechos básicos de estos, no hace más que cuestionar estos homenajes a quienes atentan contra su vida. Al igual que cuestionamos el papel de opresores de otros tiempos y luchas sociales debemos armarnos de valor y reivindicar la falta de ética tras el ensalzamiento de las opresiones especistas que siguen produciéndose a día de hoy. Ciertos homenajes hoy avergonzarían a más de uno, sabiendo que los animales existen no para el ser humano sino por sus propios intereses, quieren vivir y lo quieren hacer libres. Los demás animales no son propiedad de la especie humana.
Nos podríamos plantear si un futuro mejor para todos los animales es posible, o solo fantaseamos con la utopía. Claro que es posible. Lo es porque lo vivimos, lo palpamos, por ejemplo, en los santuarios de animales. En la Fundación El Hogar tenemos ejemplos de que otra vida es posible. Un ejemplo de ello es River, un cerdo por el que el santuario apostó todo y más para ofrecerle las mejores condiciones; y ganamos, ya que a pesar de su aparente parálisis hoy puede caminar y relacionarse con el resto de habitantes. Como con todos los habitantes del santuario, lo último que se pierde es la esperanza de darles una vida mejor.
Tenemos el deber moral (y la deuda como especie) de cuidar de ellos y, a la vez, de cuidar del planeta y de nuestra salud. Porque hoy en día lo sabemos, sabemos que la mejor manera de salvarnos todos y salvar el planeta es vivir en paz, vivir en harmonía con los demás animales y ayudarnos entre todos. La empatía, las ciencias medioambientales y las ciencias de la nutrición están todas de acuerdo. Tener una postura ético-política que nos permita vivir evitando al máximo el sufrimiento y dolor ajeno es la base del antiespecismo que practicamos. Con el tiempo, es posible que aparezcan estatuas como homenaje a aquellas que un día iniciaron un camino de paz para todos, que no se creyeron superiores a otros animales. Colocaran placas por aquellas que entendieron que, para avanzar, hay que hacerlo de la mano a los demás animales acompañándolos como a iguales en vez de considerarlos meras pertenencias con las que comerciar.
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