El cuento de Giorgio

Érase una vez un niño que iba dando un paseo con su padre, cuando vieron un puesto lleno de cajones con pollitos chiquitos y de muchos colores.
-“Papá, papá, vamos a llevarnos uno a casa, por favor”, dijo el niño. El padre no parecía muy convencido, pero pensó que tampoco duraría mucho el pollito, y se lo llevaron.

El pollito, como tantos otros, vivió como un juguete, llevado de un sitio a otro, sufriendo gamberradas e ideas no muy agradables, en buena parte por la falta de supervisión de los padres. Incluso un día, se le rompió una patita de los juegos a los que se veía obligado a jugar.

El pollito, que crecía y crecía, y empezaba a convertirse en un gallo que andaba con una pata del revés, un día desapareció sin más. El niño lloró, pues realmente le había cogido cariño, le contaron que se había ido a un lugar precioso y nunca más se supo del pollito.

Esta historia nos es muy familiar a casi todos, ¿a qué sí? Pero ¿habéis pensado alguna vez cómo sería si la contara el pollito?

Vamos a verlo:

Érase un vez, un lindo pollito, que según nació fue llevado con un montón más de hermanos en enormes cajas. Todos ellos piaban nerviosos, en una mezcla de llamada a su mamá y ganas de jugar que tienen todos los bebés. Pero también y, sobre todo, de mucho miedo.

Uno de estos pollitos, fue elegido por un niño y su papá que pasaron a su lado. El pollito al principio se alegró y pensó que quizás había encontrado una familia que le quisiera y le cuidara. Y así fue en parte, porque el niño ponía buena intención, pero era demasiado pequeño y a veces le hacía daño al cuidar de él.

Así un día le tapó con el edredón para darle calor y casi se ahoga; otro día le metió en la taza del wáter para que hiciera pis y caca allí y sus padres no se enfadaran, pero casi se ahoga de nuevo. Otra vez, cuando estaba a punto de caer desde un sitio muy alto, el niño le agarró con fuerza para que no cayera al suelo, con tan mala suerte que le agarró de una de sus patitas, que se rompió, y creyó morir de dolor.

Esa patita nunca más volvió a quedar como estaba, y no se podía apoyar sobre ella para caminar. Una noche escuchó a los padres hablar de lo grande que se estaba haciendo, que empezaba a ser un problema de higiene y decidieron solucionar el problema a la mañana siguiente.

El padre se levantó temprano, lo agarró, lo metió en una bolsa y lo dejó en un contenedor al salir de casa. Qué frío, qué oscuro, qué mal olía, qué miedo empezó a sentir.

Afortunadamente, todos los protagonistas de nuestras historias, tienen la suerte de encontrar a algún humano que les ayuda a comenzar a vivir.

Y, como les pasó a Felix, Gala, Julia y Moby, Fénix, Zai, le llevaron al lugar donde viven felices los animales, donde se reunió con todos ellos y fue feliz, rodeado de gente que le respetaba y con un montón de amigos con los que disfrutar.

“Educando en el respeto. Educando por la vida.”

giorgio