El infierno de Brisa

Foto: Jon Amad
Foto: Jon Amad

La carne de cerdo es la más demandada en España, produciéndose al año más de un millón de toneladas. Estas cifras se traducen en muchos miles de vidas arrancadas y otras tantas torturadas durante largos años.

Como en todas las especies animales, las hembras son víctima de abusos sistemáticos para la utilización de sus úteros y sus cuerpos como máquinas reproductoras. Igual que las hembras de otras especies, las cerdas son violadas cuando entran en celo y preñadas constantemente hasta que sus cuerpos y sus corazones no pueden más.

Las parideras de las cerdas son especialmente crueles. Consisten en jaulas de hierro completamente ajustadas al cuerpo del animal para impedir que se mueva, y así enclaustradas, deberán pasar la mayor parte del tiempo tumbadas de lado para que sus crías mamen. El roce del metal de los barrotes les provocará heridas y quemaduras en su delicada piel.

El proceso del embarazo y el parto en las mamíferas es físicamente desgastante y agotador. El cuerpo se ve sometido a fuertes cambios hormonales, el útero se extiende multiplicando su tamaño, los órganos internos se desplazan debido a la opresión, la espalda sufre el peso de la nueva carga y el cuerpo dirige los nutrientes hacia la placenta.

El parto es siempre doloroso, estresante y pueden darse complicaciones. La recuperación del cuerpo tras el alumbramiento es lento y el organismo necesita reposo hasta que todo vuelva a la normalidad.

¿Te imaginas pasar por ello una y otra vez durante toda tu vida? ¿Y con el agravante de que te roben siempre a tus hijos al poco de haberlos parido?

La esperanza de vida de un cerdo es de 15 años, pero en las granjas, estas cerdas tienen un pronóstico de supervivencia de entre 3 y 5 años. Y este cálculo es demasiado optimista. Brisa tiene menos de 2 años y su cuerpo ya estaba devastado por los embarazos, los partos y el encierro.

En las afueras de las ciudades, ocultas tras paredes de hormigón, tienen lugar estas torturas. Ahora mismo está ocurriendo. La explotación animal es así y la única forma de luchar contra ella es no siendo cómplices.

A las crías recién nacidas se les amputa el rabo, se les corta los colmillos y se les marca con un hierro y en menos de un mes, todavía bebés, serán destetadas. Así documenta una web experta en explotación porcina este momento: “ La separación de la cerda va acompañada de característicos y fuertes chillidos (gruñidos/ llamadas) por parte del lechón que se producen inmediatamente después del destete. La frecuencia y tono de estas “llamadas” se ha utilizado como un método para valorar el nivel de estrés que sufre el lechón al destete. Los lechones que se alimentan peor y que tienen más frio gritan más fuerte y con más frecuencia.”

Una vez realizado el destete, comenzará de nuevo la pesadilla: inseminación, embarazo, encierro, separación.

El grado de cosificación es tan brutal que en la jerga de los explotadores, a las cerdas que no están gestantes, se las llama “cerdas vacías”. Si pasan más de 60 días “vacías”, se las envía al matadero.

Así de dura es la realidad de las granjas. Así de dura ha sido hasta ahora la vida de Brisa. La información es nuestra mejor arma para tomar decisiones, para elegir vivir de manera que no dañemos a nadie.

 

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