[:es]Cuando mi humano muere, ¿qué pasa conmigo?[:]

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Vivir con un animal adoptado es una historia de amor. Se inicia, en la mayoría de los casos, con un flechazo, que deriva rápidamente en una inquebrantable unión emocional. Se conforma entonces una familia, de dos, de tres, o de los miembros que sean, que desarrollan una conexión muy especial, donde cada uno cuida de los demás, en función de sus capacidades. La norma básica es amar, amar, y amar, y dar lo mejor de ti. Y, salvo excepciones, es algo que se cumple en todas las familias multiespecie. ¡Qué os vamos a contar que no sepáis!

Sí, es una historia de amor, pero también es una tragedia griega. Desde el primer día sabemos que nuestra felicidad juntos tiene los días contados y que un día lloraremos lágrimas amargas, preguntándonos por qué la vida es tan injusta. Pero estamos aquí para ellos, que nos ayudan a ser mejores personas, a dar con generosidad, a ser valientes y a vivir más intensamente. Asumimos, aunque duela horrores, que nuestros caminos se van a separar mucho más pronto de lo que quisiéramos. Y ese es el orden natural de las cosas, ellos se van y nosotros nos quedamos, lamiéndonos las heridas. ¿Pero que pasa cuando sucede al revés?

¿Qué ocurre con ellos cuando su responsable fallece?

Esta es una situación que encontramos sobre todo en adoptantes de la tercera edad, accidentes o enfermedades graves. El animal, en muchos de estos casos, queda en el desamparo más absoluto y termina sus días en la perrera más cercana. No hay castigo más cruel que la soledad y el frío de una jaula después de haber gozado del afecto de una familia y el calor de un hogar. Así que es bastante frecuente que se dejen llevar por la tristeza y acaben enfermando y muriendo al poco tiempo.

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ET, 15 años, ha perdido a su humana

 

La sociedad es profundamente especista e insensible cuando no contempla hacerse cargo del ser más querido de su familiar fallecido. Alguien que le dio amor incondicional y estuvo a su lado hasta el final. Obviamente, sería un escándalo impensable, si ante la muerte de sus padres, el resto de la familia decidiese ingresar a un niño en un orfanato. Porque no tienen tiempo de ocuparse de él o pocos recursos económicos o porque es un trastorno. Todos entenderían sin cuestionárselo, que es un compromiso moral para con el huérfano que les necesita y para con la memoria de la persona que se ha ido. Y aceptarían la obligación. ¿Por qué con los animales no se actúa igual? ¿Por qué no se les acoge, como huérfanos asustados que son, para darles cobijo hasta que su luz se apague? ¿Por qué se les condena, sin remordimiento, al exilio, lejos de su familia? Algo falla en la sociedad cuando no se es capaz de asumir una responsabilidad que en realidad sólo exige lo más esencial: techo, comida y una pizca de cariño.

Algunas personas, que se anticipan a esta problemática, deciden redactar un testamento, para garantizar el bienestar de su adoptado, si en algún momento faltan. De esta manera, el perro/gato/ave/etc. se incluye en la herencia como uno más de los bienes del propietario. Esto se puede hacer de varios modos.

  • Bajo condición resolutoria. Esto significa que la persona que recibe los bienes correspondientes a la herencia, debe hacerse cargo de los cuidados del animal. Pero si incumpliese con esta obligación, perdería de nuevo la propiedad.
  • Bajo condición suspensiva. Es la opción más restrictiva ya que los bienes no se entregarán a los parientes o familiares hasta que se demuestre que se ha cumplido con la condición de haber cuidado del animal hasta su muerte. Por supuesto, habrá un veterinario de confianza asignado, que realizará un seguimiento periódico del animal para asegurarse de que no ocurre ninguna irregularidad.
  • Ceder al animal a alguien junto con cierta cantidad de dinero que ayude a la persona a cubrir los gastos de alimentación y veterinarios.

Por desgracia, hay personas que no desean o no pueden dejar a su ser querido a cargo de familiares o amigos. En estos casos, se puede solicitar a alguna asociación o protectora e incluirla en el testamento bajo cualquiera de las fórmulas antes mencionadas.

Malak y E.T. son dos gatas que, de la noche a la mañana, se quedaron sin la persona que les cuidaba y les quería, y ya mayores ellas también, se vieron sin un lugar en el mundo. Ahora están en el santuario, donde serán tan amadas, como lo han sido hasta ahora. Puedes conocerlas aquí y aquí.

El Hogar Animal Sanctuary tiene sus puertas abiertas para situaciones de este tipo. Sabemos lo intensas que son estas historias de amor, y queremos darle alas a todos esos corazones capaces de entregarse, trascendiendo la barrera de la especie.  Si tienes familia de otra especie y te inquieta su futuro, puedes contar con nosotros. 

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Malak, 15 años, huérfana
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