Las vidas silenciadas de las catástrofes

Cada año nos enfrentamos a terribles situaciones en bosques y campos españoles. Kilómetros y kilómetros de terrenos anegados por inundaciones, o continuos y mortales incendios que afectan a carreteras, casas y cultivos. Gente obligada a abandonar sus viviendas por la amenaza de las llamas, infinitas hectáreas calcinadas por el fuego que arrasa, sin miramientos, con todo lo que se encuentra a su paso.
Consecuencias devastadoras en comunidades vecinales y negocios rurales, basados en la agricultura y también en la ganadería. Los resultados se miden por la afectación humana (evacuados, heridos, muertos) y sobretodo el alcance económico de las pérdidas que suponen estos hechos.

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El antropocentrismo
Meses, o años, de trabajo humano tirados para nada. Cosechas para humanos destrozadas. Despliegues humanos para el rescate de humanos. Humanos en albergues para humanos. Número de heridos y muertos humanos. Medios de comunicación hablando de la tragedia para los humanos. ¿Y los no humanos?

Solo en las inundaciones del Ebro de 2015 murieron más de 10.000 animales de granja (no se cuentan, por ejemplo, animales domésticos, aves o insectos). Números que a nadie parecen importar. ¿Os imagináis esta cifra sobre humanas? Los otros afectados quedan invisibilizados. No se piensa en su agonía, mientras todos los recursos se destinan solo y exclusivamente a los de nuestra especie, los no humanos mueren y ven morir a sus semejantes en situaciones extremas y dramáticas, con un trágico final. ¿Nos podemos poner en su lugar por un momento, en medio de un incendio o inundación sin salida ni ayudas, viendo la muerte acercarse y cualquier opción de escape bloqueada? Desesperación y miedo. El horror. Muerte lenta y agónica. El mayor de los horrores.

Los medios solo tienen en cuenta las cifras de animales para traducirlas en los euros que han perdido sus explotadores. Siempre mirados como objetos de productividad, el valor de sus vidas es el del beneficio de quién comercia con sus cuerpos. Calcinados o ahogados ya no podrán ser enviados al matadero por lo que la inversión de su engorde y crianza se convierte automáticamente en déficit. Nada más les importa.

En el reciente incendio de la Ribera d’Ebre, en la provincia de Tarragona, esta pasada semana, enternecieron a la opinión pública las lágrimas de un ganadero que perdió sus casi 200 ovejas. «Seis meses perdidos». Todo se reduce a eso: negocio.

Foto: www.elperiodico.comLa desgracia se suele mirar solo desde la óptica del ser humano y desactiva la posible sensibilidad por los que estaban encerrados, en cárceles llamadas granjas, y no pudieron salvar su vida.
Una de las principales razones de ser de los santuarios es salvar vidas. A veces inventamos espacios que no tenemos para ofrecer acogida a algún superviviente, a pesar de no disponer de ningún tipo de ayuda por parte de las instituciones, ni siquiera para estos casos de máxima necesidad. Todo lo contrario que las explotaciones ganaderas, que cuentan con el respaldo administrativo, la empatía del gremio, vecinos o simples amigos del consumo de animales, que se ofrecen a organizar recolectas públicas, e incluso regalar «piezas» (corderos, en este caso) para amortiguar las pérdidas y relanzar la producción. Desgraciadamente para la mayoría de la sociedad no existen víctimas de cuatro patas. La tragedia es exclusivamente humana.

 

Ni quieren ayudas ni les importa la vida de los animales
De la comentada granja de las 200 ovejas, en la Torre de l’Espanyol, se ofrecieron a acoger a las supervivientes las compañeras del santuario El Paraíso de Nora. La repuesta fue silencio, por lo que se interpretó, con el paso de los días, de una negativa. Por redes se sospecha de algo terrible, y es que los rumores apuntan a que las ovejas que driblaron las llamas fueron posteriormente asesinadas  por lo que que «ya no era necesario preocuparse por esos animales, pues ya habían sido sacrificados para que no sufrieran más».

 EFE / Jaume Sellart
Eran cuerpos en pie, sin secuelas físicas, pero que ante la mínima sospecha de no ser aceptadas en el matadero a la industria les salen más rentables muertas que vivas, buscando el redondeo a la alza de la indemnización. Ni horas habrían esperado para buscarle un futuro a esos individuos que han estado cuidando y alimentando en su propia casa. Así que la solución para ellos es sencilla y sin escrúpulos.

Desde El Hogar también ofrecimos nuestras instalaciones y recursos humanos para colaborar en acogidas de animales afectados en el incendio, y solo obtuvimos negativas tanto de los forestales como de los bomberos, pues «todo está bajo control y no hace falta». En una catástrofe donde han muerto miles de animales sí era necesaria ayuda para que la cifra fuera menor; y en donde hay supervivientes que requieren cobijo, cuidados y atenciones veterinarias para su recuperación, también era necesaria la ayuda.

El comodín del seguro
Y avecinándose la desgracia, sin productos vivos que vender para matar, solo les queda una opción; las compañías de seguros. En las labores de recogida de cadáveres se pueden ver muchos en posturas inusuales, impensables en circunstancias normales.
Foto: www.traslosmuros.comAunque desde las instituciones y autoridades se ordena un desalojo, teóricamente procedimentado, la realidad es que este casi nunca se aplica ni existe una supervisión para cerciorarse de que la actuación se realiza en tiempo y forma. Altruistas desplazados para colaborar aseguran que son muchos los casos en los que los ganaderos prefieren no ser ayudados, incluso impiden la acción de voluntarios activistas, «echan el pestillo» y esperan a que todo termine para evaluar daños y pasar el informe a las aseguradoras. Entre liberar a los animales para que puedan salvar su vida (y no llevarlos al matadero) y obligarlos a morir encerrados para después cobrar el seguro, evidentemente, optan por la segunda opción. Para ellos solo son mercancía; productos para fines lucrativos donde no cabe el sentimentalismo más que desde un prisma meramente material.

 


No hay prevención
No es de extrañar ver granjas inundadas pues de antemano ya se permite su construcción en zonas proclives a inundaciones por las características de los terrenos, nada uniformes. La ausencia de medidas preventivas es el primer factor de riesgo que no se tiene en cuenta para evitar amenazas naturales.
La eficiencia, como concepto de ahorro, impide unas instalaciones preparadas contra posibles ataques del fuego en casos de incendio. Se minimizarían riesgos si estuvieran alejados de barrancones y zonas boscosas, con 200 metros perimetrados libres de vegetación. Y, también, reforzando la seguridad con aspersión en paredes y tejados. Lógicamente cualquier elemento ignífugo debería, obligatoriamente, estar a una distancia más que prudencial del recinto de los animales, protegidos con aislamiento como tejados y paredes, y disponer de extractores para el humo y las altas temperaturas.
Cumplir con todas estas premisas parece una auténtica utopía.

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Deberían establecerse  adecuados planes de actuación
En la riada de Aragón, el año pasado, hubo un despliegue militar por toda la ribera del Ebro. Policías y bomberos, con helicópteros, además de camiones de cerdos completamente vacíos, fueron la muestra inequívoca de que sí que había medios para un plan de evacuación. Sin embargo, los animales, como siempre, son ignorados por (des)interés. Está claro que lo que no hay es voluntad institucional, además de una falta de sensibilidad ciudadana para los que no son de nuestra especie.

Lo cierto es que si hay denuncia los camiones llegan a las zonas afectadas a recoger los cuerpos sin vida, y los supervivientes en granjas intactas ahí se quedan sin más. A veces, la evacuación -en caso de hacerse y si da tiempo- se hace llevando directamente a los animales al matadero por falta de pasto, y de esta manera aseguran la rentabilidad.Foto: www.traslosmuros.com

El Partido Animalista PACMA denuncia que no existen protocolos de salvamento concretos, y los que hay no se supervisan, por lo tanto los animales están siempre expuestos al capricho de sus explotadores, habitualmente carentes de compasión. De esta manera se hace imprescindible crear normativas para establecer la prioridad del bienestar de los animales al interés económico de los ganaderos. Por ejemplo, obligando por ley la apertura de las instalaciones granjeras para impedir el confinamiento hasta su angustiosa muerte.

Para animales de familia es necesario conocer el número  que se precisa evacuar, así como disponer de los locales y albergues para su reubicación. Contemplar los planes de emergencia como excepcionales para lugares donde habitualmente está prohibida la entrada de animales, traslado en vehículos municipales, acuerdo con instituciones para la alimentación y plena disponibilidad de un equipo veterinario durante la catástrofe.
Para los animales ubicados en granjas, se sugiere que hay que  acostumbrar a los animales al transporte en remolques o camiones, establecer una red de recursos disponibles, alimentación y agua para un mínimo siete días, medicación necesaria y botiquines adaptados, recursos materiales para paliar estados de asfixias y quemaduras, así como el acuerdo con aseguradoras para la subvención de los gastos de evacuación.

Umi y Mulán, dos rescatadas en la riada del Ebro de 2015
Los recursos escasean para actuar plenamente en la ayuda de los animales en estas circunstancias tan al límite, pero solo acudir a los lugares afectados puede servir para dar visibilidad de lo que ocurre -y cómo ocurre-, además de ser una forma de concienciar a la sociedad en su conjunto.
Pero a veces, paradójicamente, una catástrofe puede convertirse en la salvación de algún animal que, gracias a activistas comprometidas, pasa de trozo de carne a individuo respetado y cuidado en un santuario de animales. Flama era una oveja rescatada en el Santuario La Candela del incendio de Sierra de Gata en 2015. Jaio fue rescatada de la riada del Ebro en 2018, y fue al Santuario Gaia.

En El Hogar acogimos a Umi y Mulan, dos bebés cerdos, a punto de morir ahogados en la riada del Ebro en Lleida, en 2015. Ambas son inseparables y tremendamente sociables. Llegaron con un trauma muy preocupante con  el agua (nada más verla huían atemorizadas) y con secuelas psicológicas, pues vieron amenazadas sus vidas a causa de ella. Imaginad lo difícil que puede ser sobrevivir sin agua. Además de la necesidad de beberla, los cerdos necesitan agua para regular la temperatura corporal (no tienen glándulas sudoríparas como nosotras), por lo que era imprescindible superar el shock.

Como terapia, nuestro equipo se bañaba con ellas en la «playa» (una zona acondicionada dentro del santuario de arena y agua, en forma de pequeña cala) con el objetivo de recuperar la confianza en el elemento.

Afortunadamente, en un santuario, el trabajo de recuperación  físico y emocional  suele dar sus frutos: ambas cerditas pronto ahuyentaron su miedos y, cuatro años después, siguen disfrutando de una vida feliz en la Fundación El Hogar Animal Sanctuary.

 

Fuentes:
www.traslosmuros.com
www.elperiodico.com
www.eldiario.es
www.pacma.com