Julia llegó al santuario junto con su padre (Moby) cuando tenía ocho meses de edad.

Faltaba poco para que finalizase el año 2013. Su destino, como el de tantos y tantos de su especie, era acabar en un plato sirviendo de alimento en las festividades navideñas. Eso es lo que planearon para ella desde el mismo momento en que decidieron su nacimiento.

En las granjas habitan infinidad de familias rotas. Padres que son utilizados como sementales, madres utilizadas como máquinas de tener crías, hijos que nacen para ser separados y criados en soledad. A nadie le importa los sentimientos, las necesidades, las carencias ni el dolor de esas familias.

Julia ha tenido suerte. No sólo ha conseguido escapar de la muerte, sino que lo ha hecho junto a un miembro de su familia: su padre, Moby. Quizás por eso mismo vive tranquila entre nosotros, en el que es su nuevo y definitivo hogar. Porque sabe que nunca estará sola, porque siente que su padre y el resto de esta, su nueva familia, estamos aquí para cuidar de ella.

Con el paso del tiempo, Julia nos ha demostrado no sólo que es confiada y curiosa, sino también muy cariñosa. Disfruta mucho de las caricias y de la compañía del resto de habitantes, y reclama mimos cuando tiene la menor oportunidad.

El nombre de Julia fue elegido como homenaje a Julia Colle, una joven activista defensora de los animales que apareció muerta apenas quince días después de liberar a doscientos perros de raza Beagle de un laboratorio en Brasil. Julia lleva su nombre como reconocimiento a la lucha y la persona de Julia Colle.