Los prejuicios que asociamos a las ratas

Es curioso pensar en las mil formas que tenemos de hablar sobre las ratas. Mientras que en
muchas películas son estereotipadas como personajes malvados representativos de
enfermedades y pobreza, nos encontramos otras veces con un roedor simpático que vive en
París, sabe cocinar ratatouille y es el protagonista principal de la narración.

La sociedad ha hecho que asociemos a las ratas con la suciedad y la agresividad, lo que no nos
permite darnos cuenta de que, en realidad, son seres muy listos y sociables a quienes incluso
les podríamos coger de cariño. Generalmente sentimos aversión hacia las ratas porque las
relacionamos con ambientes de cloacas y con otros animales que nos producen rechazo como
algunos insectos. Las ratas no son animales tan distintos a un conejo, un hámster o una
cobaya. La única diferencia es que a estos últimos los consideramos como domésticos y
preferimos tenerlos por casa porque son agradables a la vista y, en general, nos despiertan
más ternura que una rata. Pero, más allá de las preferencias puramente estéticas, lo cierto es
que las ratas dedican mucho tiempo al cuidado de su cuerpo a través del acicalado y, de
hecho, un mal pelaje es indicativo de estrés o enfermedad. Así que, en condiciones adecuadas,
una rata es tan limpia como lo podría ser cualquier otro roedor que tengamos en casa como
compañero.

 

Las ratas son seres muy sociables que crean vínculos muy fuertes con los humanos (aunque
siempre es conveniente acoger a más de una, para que no esté sola). Jugar con ellas y hacerles
cosquillas genera tal vínculo que aprenden a buscar manos que les hagan cosquillas. Incluso
llegan a pellizcar los dedos para solicitar más muestras de cariño. Por lo tanto, las ratas son
cariñosas y capaces de mostrar afecto, unas características con las que nosotros, como
humanos, nos podemos sentir identificados. En cuanto a algún tipo de agresividad que puedan
mostrar hacia los humanos, suele ser motivado por el miedo y en defensa propia, del mismo
modo que un perro ladra o muerde cuando se siente amenazado.

Igual que los humanos, tienen expresiones faciales representativas de su estado de ánimo y
condición física. Algunos estudios demuestran que si una rata está sufriendo, podemos verlo
gracias a que achinan los ojos, se les aplana la nariz, doblan las orejas hacia delante con forma
de punta o sus bigotes apuntan hacia fuera.

 

Miky

Las ratas también son más inteligentes de lo que pensamos, y es esa astucia lo que muchas
veces les permite sobrevivir. De hecho, aprenden de situaciones dolorosas y saben detectar
cuándo se avecina un peligro para ellas. Existen estudios algo crueles, en los que se les ha
infligido dolor en diferentes situaciones: uno de manera imprevista y otro encendiendo una luz
con antelación. El resultado observó que aquellas a las que se las iluminaba previamente eran
ratas que después vivían mucho más relajadas, ya que sabían que cuando no había luz
alrededor no corrían ningún peligro.
Finalmente, algo que como seres racionales solemos hacer mucho es el hecho de humanizar o
deshumanizar ciertos animales según nos convenga. Tendemos a pensar que un perro o un
gato tienen sentimientos más válidos que los que podría tener una rata cuando en realidad,
como cualquier otro animal, ellas también cuentan con emociones básicas positivas y
negativas. Las ratas también experimentan deseo y cuentan con un sistema de juego social y
de cuidado. Es decir, buscan bebida, comida, descanso y se quieren entre ellas y a sus bebés.
Pero también sufren estrés, tienen miedo o dolor y se frustran cuando pierden recursos
básicos como, por ejemplo, cuando alguien invade su territorio. Además de que experimentan
el duelo cuando pierden a alguna rata compañera o cuando los bebés no cuentan con la
atención de la madre.

Por lo tanto, las ratas también son capaces de experimentar y mostrar sus emociones y
sentimientos del mismo modo que lo haría cualquier otro animal. Una vez que nos damos
cuenta de que estos animales no deberían estar demonizados como nos hace pensar la
sociedad, nos damos permiso para ver que tenemos más cosas en común de las que
esperábamos. Quizás, si aprendemos a entender un poco más desde la curiosidad y desde la
compasión, podremos ser igual de justos y equitativos con todos esos seres que, al igual que
nosotros, tienen su forma de vivir y pueden tanto sufrir como disfrutar.