Verdades y mentiras de la caza

En el contexto occidental la caza se practica mayoritariamente como un «deporte» o entretenimiento. Si bien la caza, en menor medida que la recolección, ha sido unas de las actividades esenciales en la antigüedad, a día de hoy en nuestra sociedad no tiene una utilidad real más allá del divertimento de unos pocos.  Es decir, la caza se ha convertido en una diversión, cruel e innecesaria. Quedan lejos los días en los que no teníamos conocimiento nutricional o ecológico suficiente y se pensaba que era necesario cazar y comer carne. Hoy sabemos que no necesitamos la proteína animal, que no se pueden controlar las poblaciones naturales a tiros y, lo más importante, que los animales son individuos únicos que sufren tanto la muerte como la pérdida de sus familias y vínculos. Clasificar a los animales no humanos en categorías utilitaristas como especie cinegética, animal de compañía o animal de consumo hace que todos estén expuestos constantemente a la violencia directa o indirecta de origen humano, ya que se les cosifica.

 

Parecería que la caza es popular dado el gran impacto ecológico y social que tiene, sin embargo, no es una actividad muy extendida, solo 1.77% de la población tiene licencia de caza. Pero este bajo porcentaje está formado por un colectivo con gran influencia mediática, económica y política. Además, de todo el territorio peninsular, un 86% está destinado casi exclusivamente a la actividad cinegética (MAPA, 2019). Es por tanto una actividad llevada a cabo por un grupo privilegiado que «secuestra» la naturaleza y a los animales que en ella habitan para su propio beneficio. El cazador tipo es, según los estudios, un hombre de mediana edad ligado al mundo rural con unos ingresos medianos altos (aprox. 1.908 euros netos en el mes).

 

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El dictador Franco con cientos de cadáveres a sus pies

Dentro de la caza se distinguen dos tipos, caza mayor (asesinan a mamíferos de gran tamaño) y caza menor (donde mueren aves y pequeños mamíferos). Los periodos en los que se puede cazar varían en cada CCAA, sin embargo, normalmente se levanta la veda (se permite cazar) entre los meses de octubre y febrero. Durante el final del verano se lleva a cabo la media veda (se levanta la prohibición para algunas especies) que es especialmente dañina para algunas aves. En la caza mayor hay una distinción por sexos de los animales que se pueden asesinar dependiendo de la época del año. Todo ello para garantizar tener «piezas» suficientes para la siguiente temporada.

Este «deporte» mata cada año a casi 20 millones de animales, la mayor parte de ellos aves (12,35 millones). En el caso de los mamíferos, los de pequeño tamaño son asesinados en mayor número (6,19 millones) que los de gran tamaño (0,63 millones). Aunque se podría pensar que con el cambio de mentalidad de la sociedad en los últimos años habría un menor número de muertes estas no han hecho más que aumentar, sobre todo en el caso de la caza menor. Además, actualmente se está permitiendo a los cazadores hacer batidas para controlar la «sobrepoblación» de especies que generan pérdidas económicas en el mundo agrario. Lejos de buscar una solución ética como las vacunas anticonceptivas, la sedación y suelta en otra zona o el vallado de los cultivos optan por masacrar a cientos de individuos que consideran invasores (aunque son los habitantes originarios de las áreas en cuestión).

Tabla de la temporada de caza (en rojo) por especie
Evolución de las muertes por la caza en las últimas décadas

Dentro del argumentario de los cazadores para defender la imposición de su actividad lúdica por encima del derecho a la vida de los animales silvestres están las siguientes:

·Solo matan a los animales enfermos mejorando las poblaciones: Eso es trabajo de la selección natural y sexual de la especie, por lo que se le debería dejar actuar. Los trofeos que muestran no son de animales enfermos sino de los mejores ejemplares, lo cual hace que las poblaciones tengan cada vez una genética menos adaptada al entorno.

·Es necesario para controlar las poblaciones naturales: En primer lugar, si ocupamos el espacio que originalmente era de las especies silvestres es normal que estas aparezcan en los asentamientos humanos incluyendo los cultivos. Por otro lado, las poblaciones se podrían controlar solas si no se hubiera exterminado por parte del ser humanos sus depredadores naturales (zorros, osos, lobos etc.). En muchas de ellas (por ej. jabalíes) la presión cinegética acelera la maduración sexual y el número de camadas por lo que agrava aún más el «problema».

·Los animales silvestres son peligrosos: dañan los cultivos, matan al ganado y se pasean por las urbanizaciones. Como se comentó en el punto anterior, hemos fragmentado y desestabilizado su ecosistema, por lo que es totalmente normal que acaben interactuando con nosotras.

·Nosotros somos los que conocemos y amamos el campo/monte: los cazadores solo aprecian el monte cuando es accesible y está disponible para ellos. Sin depredadores, con muchas presas, con zonas para poder localizar los puestos y disparar. Eso no es amar algo, solo saben usarlo y apreciarlo como patio de recreo. En cuanto a lo de que conocen el ecosistema, el hecho de que estén interviniendo de forma tan flagrante en las dinámicas de las poblaciones muestra que no tienen ningún conocimiento profundo sobre este. No puedes amar y conocer aquello que destruyes en tu beneficio

·La carne de caza es más sana y de mejor calidad: a esto solo responderé que el placer de un individuo nunca va a importar más que el derecho a la vida de otro.

 

 

Los efectos negativos de la caza son muchos y no afectan solo para los animales que mueren por el disfrute de los cazadores:

·La movilidad de los animales como jabalíes y ciervos durante la temporada de caza hace aumentar el número de accidentes de tráfico que los involucra. Tanto la huida de los disparos, como la movilidad hacia los cotos en los que los alimentan para aumentar el número de víctimas, obliga a los animales a cruzar carreteras y caminos.

·La muerte de los adultos deja en muchos casos a las crías indefensas frente a un medio hostil. Estas huérfanas de la caza normalmente no pueden llegar a la edad adulta ya que son cazadas, atropelladas o mueren de hambre.

·Las granjas cinegéticas, además de ser incongruentes con el argumento del control poblacional, contaminan (como cualquier granja) y son perjudiciales para las poblaciones silvestres al dispersar enfermedades, competir por recursos alimentarios o tener un comportamiento antinatural que provoca una mayor depredación por lo que al final los cazadores matan las poblaciones autóctonas.

·Además de las granjas también se traen animales desde otros países (jabalíes importados desde Hungría) lo cual aumenta la sobrepoblación y puede poner en peligro a las poblaciones locales.

·Los perros utilizados por los cazadores son obligados a enfrentarse a animales que debido al miedo y el tamaño pueden matarlos (20-30kg de un podenco frente a 70-90 de un jabalí). Son privados de una socialización sana, cuidados veterinarios, comida apropiada y son intercambiados como objetos si no son «buenos» en su faena. Al terminar la temporada de caza muchos son abandonados o asesinados ya que no son útiles el resto del año.

·Se contamina el medio con el plástico y el plomo de los cartuchos, lo cual envenena a otros animales como los carroñeros que intentan sobrevivir a pesar de la violencia que también se ejerce contra ellos. Esto debilita el argumento de que aman el monte ya que ni si quiera recogen la basura que su actividad genera.

·Por último, las muertes invisibles de la caza son aquellos animales tanto humanos como no-humanos que cada año perecen por culpa de los disparos erróneos. Perros, gatos, ponis y 51 humanos fueron asesinados por cazadores solo en 2020.

 

Agradecimiento a Roger Matas Font por la recopilación de datos en su TFM: Estudi de la caça en perspectiva de gènere

Rehala de perros
Kat, una de los jabalíes de El Hogar