Los ponis son un tipo de caballo cuya característica principal es su pequeño tamaño. Históricamente, y como todos los equinos, han sido explotados por los humanos en distintas tareas, en función de sus características físicas o temperamento. Los ponis se utilizaron durante años para transporte de material en minas de carbón, ya que sus medidas les permitían acceder fácilmente por los túneles excavados bajo tierra.
Más tarde comenzó a valorarse por su estética y carácter dócil y los aficionados a la hípica lo introdujeron como montura idónea para los niños.
Por aquel entonces ya existían los carruseles o tiovivos, esas plataformas circulares con figuras talladas que representan caballos, que giran sin cesar entre filigranas, luces y música. Y un día alguien tuvo la idea de sustituir las figuras inanimadas por seres vivos y así se popularizaron los ponis de feria, cuyos usuarios principales, en un doble insulto a la inocencia, son los niños pequeños.
Estos animales pasan jornadas enteras atados, caminando en círculo sin cesar, dando hasta 1500 vueltas diarias, con el evidente maltrato emocional que eso supone.
Los equinos, son animales profundamente sensibles al entorno, y en su medio natural, huyen de los sonidos estridentes y los movimientos bruscos, por lo que verse inmovilizados en un ambiente con un nivel de ruido elevado y gran movimiento, les provoca un estrés crónico que suele derivar en profundas depresiones.
Según informes veterinarios, esta reclusión también tiene graves consecuencias en su salud física. Por una parte, no pueden pastorear de manera continua como cualquier herbívoro, por el contrario, se ven privados de agua y alimentos durante las horas que dure su jornada de trabajo, lo que les provoca cólicos, úlceras y otras patologías digestivas, que evidentemente, les causa dolor.
Por otra parte, como la mayoría de los equinos, las lesiones de columna son habituales, pero en los carruseles se agravan a causa de los anclajes a los que permanecen sujetos durante horas, que no les permite descender o girar la cabeza para estirar la musculatura dorsal, lo que se traduce en rigidez y dolorosas contracturas musculares.
Muchos de ellos también acaban padeciendo ceguera y sordera, por la exposición continúa a elevados niveles lumínicos y acústicos, y por supuesto, serios problemas de comportamiento.
Todo esto podríamos resumirlo en una sola palabra: tortura.
Normalmente los ponis son sustituidos cada poco tiempo, ya que difícilmente pueden soportar ese nivel de estrés y sufrimiento físico.
Algunos municipios están comenzando a cambiar sus normativas para eliminar los carruseles de ponis, aunque por desgracia, sigue siendo bastante habitual ver este tipo de atracción en muchas ferias de pueblo, ante la indiferencia de mucha gente que no es consciente del tormento que están sufriendo estos minúsculos caballos ante sus ojos.
Es imprescindible educar, a madres, padres y niños en el hecho de que los animales no son juguetes y que sufren profundamente cuando se les trata como tal. La empatía y el respeto no están reñidos con la diversión y pasar un buen rato a costa de un ser vivo privado de libertad, jamás debería ser una opción factible.
Si te encuentras uno de estos carruseles y tu hijo quiere montar, pídele que mire a los ojos tristes de los ponis, cuyas vidas consisten en girar y girar y girar. Y después denuncia, pon una queja a tu municipio, no consientas el maltrato animal. Entre todos conseguiremos acabar con la tortura de los ponis.