Ruby llegó al santuario con apenas un mes, rescatada junto a su madre Lucille de una granja en Suiza.

Dos mujeres muy sensibles presenciaron el momento su nacimiento y vieron cómo el ganadero se la quitaba a su madre y se la llevaba a rastras por el bosque para ser vendida más tarde como carne de ternera. Su destino era el matadero, ser degollada siendo aún una bebé; despedazada para, finalmente, distribuir los trozos de lo que un día fue para consumo humano. Ese es el destino de miles de bebés como ella, cada día.

Horrorizadas, estas mujeres quisieron rescatarlas y no vieron otra forma de hacerlo que comprárselas al ganadero. El problema surgió cuando no encontraban un lugar adecuado  en el que poder tenerlas a salvo. Buscaron en diferentes granjas un sitio para esta familia. Siempre les respondían que las tendrían juntas pero que volverían a inseminar a la mamá y que  la pequeña, cuando fuera más grande, seguiría ese camino de explotación también.

Estas mujeres, de apellido Falb, encontraron al Hogar y se comunicaron con nosotras. Así fue como emprendimos el viaje a Suiza para ir a buscarlas y conocer a las personas que las habían salvado. Unas personas encantadoras con quienes aún hoy tenemos relación y siguen apoyándonos tanto de manera económica como emocional.

Tiempo más tarde, ya en el santuario, Lucille (la mamá de Ruby) murió junto a su amiga Clara. Es uno de los episodios más tristes que hemos vivido en todos estos años. (Si quieres conocerlas, en nuestro canal de Youtube hay un vídeo que cuenta la historia de su amistad llamado Siempre juntas).

La ternerita Ruby quedó huérfana y vivió siendo la única vaca del Hogar hasta que adoptamos a Margarita, que también era huérfana y tenía la misma edad. Y así se repitió la historia, porque (como Lucille y Clara), Ruby y Margarita se hicieron inseparables desde el primer momento en que se vieron.

Hasta el día de hoy pasan el día juntas, comen, juegan, duermen una con la otra. Se dan besos y disfrutan muchísimo de su libertad y de estar juntas.