Cuando escuchamos hablar de activistas se nos viene a la cabeza esas personas que salen en los medios de comunicación realizando acciones en defensa de una causa enfocada a un colectivo determinado y que consideran esa lucha como necesaria y justa. Según la RAE activista es aquella persona “militante de un movimiento social, de una organización sindical o de un partido político que interviene activamente en la propaganda y el proselitismo de sus ideas”. Por tanto, nos encontramos ante personas concienciadas con una causa determinada, con ganas de cambiar lo que consideran injusto, y organizadas para luchar por un cambio que consideran necesario. Las personas activistas se diferencian del ciudadano/a de a pie por una mentalidad de cambio, por una actitud activa, frente al ciudadano/a pasivo/a que no se involucra en los asuntos políticos y sociales de su comunidad.
Vivimos inmersos/as en una realidad donde se pide aceptar la pobreza y la injusticia como algo natural (para que haya ricos tiene que haber pobres). Mentes conformistas son las que promocionan y mejor se adaptan al sistema. Una enseñanza sumergida en un sistema individualista, basada en la primacía del capital, en la competitividad y el materialismo, donde se prima el “tener” antes del “ser”, donde se busca el éxito individual y no el colectivo. Una educación capitalista que crea personas para mantener el propio sistema, y por tanto, no busca crear personas autónomas, libre pensadoras y críticas, sino que se destruyen las capacidades y los valores que no interesan, y se fomentan el egoísmo, la envidia y el egocentrismo, valores que por sí solos no permiten la cooperación y solidaridad.
Actualmente sufrimos un clima de desmotivación y pesimismo, una etapa marcada por la crisis económica capitalista donde adultos y jóvenes temen por su futuro, y se acepta la precariedad como un hecho inevitable, una ciudadanía pasiva y alienada. Esa es la actitud que beneficia a unos/as pocos/as, pero que hacen flaco favor a la gran mayoría.
Todos/as somos conscientes de la realidad en la que vivimos, de que un sistema económico capitalista solamente se sustenta mediante la desigualdad, de que hay cientos de mujeres asesinadas cada año por una cultura patriarcal que se asienta en todos los ámbitos sociales, de que hay agresiones LGTBI-fóbicas y xenofóbicas diarias en nuestras calles, o de que la industria cárnica es abusiva, explotadora y violenta. Pero solo unos/as pocos/as reaccionan ante estos hechos y toman posición al respecto. Lo que mueve la lucha activista es la creencia de que el cambio es posible.
El activismo es necesario. Está en nuestras manos mantenernos pasivos/as ante las opresiones o elegir deshacernos de la venda que nos mantiene inmóviles y luchar por conseguir el mundo que queremos. El primer paso para ello, es posicionarnos. Y como dice María de la Válgoma: “El activismo se puede educar, tanto en casa como en la escuela. Aunque hay niños con una sensibilidad especial o más solidarios, nadie nace activista”. Existen ejemplos de jóvenes activistas, como el caso de Jacob Crespo de 7 años, que por su cumpleaños pidió a sus familiares que donaran comida para los perros de la perrera. Existen muchos casos como este de jóvenes comprometidos/as y luchadores/as. A continuación os dejamos un enlace a un artículo donde se presentan a algunos de estos/as jóvenes:
https://educa2.info/2015/01/02/tras-los-pasos-de-malala-viva-el-activismo-precoz/
Lo más bonito que podemos transmitir a los más peques, es el deseo de luchar por causas justas. Enseñar a cuidar y proteger, y sobre todo a que sí se puede cambiar el mundo. Los/las niños/as tienen que aprender que el cambio político y social es posible. Si enseñamos a los más peques el activismo y la participación comunitaria, la defensa de las causas colectivas formará parte de ellos/as de manera natural.
Tomar posición frente a lo injusto, perder miedo a salirse de la norma y promocionar la sublevación. Una educación en el activismo es posible.
Virginia Argüello. Dpto educación. El Hogar Animal Sanctuary