[:es]Gallinas de corral: conciencias tranquilas, mismo sufrimiento[:]

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Muchas personas creen que la vida de una gallina de corral es sana y respetuosa, pero nada más lejos de la realidad. Mientras las personas piensan que estos animales pueden disfrutar del sol, del aire libre, alimento fresco disponible cuando quieran y que tan sólo durante la noche duermen encerradas en su corral, las gallinas pueden llegar a vivir en lugares diminutos e incluso jaulas con una cantidad ingente de heces que las enferma y llegan a morir por falta de asistencia veterinaria entre otras causas, en especial por la desmesurada cantidad de huevos que su cuerpo crea de manera antinatural.

En estos corrales dónde se mantienen a las gallinas los ácaros suelen ser abundantes  por las condiciones tan inhumanas a las que se las tiene, pero no se hace nada debido al pensamiento generalizado de que las gallinas pueden soportar ambientes sucios sin problema. El estrés por mala convivencia entre gallinas agobiadas y enfermas puede llevar a la caída de plumaje. También se encuentran casos de rotura de picos y uñas por estar entre rejas o lugares no aptos para ellas, enfermedades por no disponer de un manto natural que las proteja del frío o del sol, tumores –especialmente en ovarios debido a la sobreproducción- así como desnutrición o acumulación de proteínas que les llegan a través de los cereales machacados en polvo con los que las alimentan -entre los cuales llega a haber tanto huevos como grasa de cerdo- para que la producción de huevos sea aún más contundente.

Estos animales sufren por cada puesta de huevos que tienen hasta llegar incluso al punto de chillar. Estos animales, genéticamente modificados para que su puesta de huevos sea constante, pasan por un proceso doloroso diario comparable al que pasaría una persona humana si pasara cada día del año con la menstruación o pariendo. A causa de la cantidad excesiva de huevos  éstos se acumulan en su sistema reproductor,  dónde revientan e incluso se pudren hasta infectar sus pequeños cuerpos y enfermar al animal hasta el punto de fallecer por tal agravio en su sistema.

El ser humano modificó la genética de gallinas que nacen enfermas sólo para producir huevos, por los cuáles pueden acabar muriendo antes de los catorce meses, edad a la que dejan de producir huevos porque el sistema reproductor les empieza a fallar y son enviadas al matadero. Las gallinas en su hábitat natural pueden durar hasta diez años según la especie, pero en corrales y fábricas son aún niñas cuando fallecen.

Aún así, los consumidores creen que al no tratarse de fábrica industrial, la explotación es más “ética”, más justificada, creen que el derecho a una vida digna –muy cuestionable en la mayoría de casos- les respalda consumir un alimento que, en realidad, sirve a las propias gallinas como sustento de calcio y proteínas por el esfuerzo causado al poner el huevo. Tienen para elles a unos animales a los que utilizan para su propio consumo y, en muchas ocasiones, cuando las gallinas son viejitas y ya no “sirven”, llegan a matarlas para consumirlas o venderlas al matadero. Al fin y al cabo, la explotación no cambia de nombre, sólo de método.

(Arien Vega, dpto. de redacción de El Hogar Animal Sanctuary)

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