Morrisey

Silvia, Ana Isabel
08/04/2010

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Conoce su historia

Los ponis de carrusel pasan jornadas enteras atados, caminando en círculo sin cesar, dando hasta 1500 vueltas diarias.

Los equinos, son animales profundamente sensibles al entorno, y en su medio natural, huyen de los sonidos estridentes y los movimientos bruscos, por lo que verse inmovilizados en un ambiente con un nivel de ruido elevado y gran movimiento, les provoca un estrés crónico que suele derivar en profundas depresiones.

No poder pastorear de manera continua como cualquier herbívoro lo haría en libertad y ser privados de agua y alimentos durante las horas que dura su jornada de trabajo, hace que sufran cólicos, úlceras y otras patologías digestivas, que les causan dolor.

Las lesiones de columna son habituales y se agravan a causa de los anclajes a los que permanecen sujetos durante horas, que no les permiten bajar la cabeza o girarla para estirar la musculatura dorsal, lo que se traduce en rigidez y dolorosas contracturas musculares.

Muchos de ellos acaban padeciendo ceguera y sordera, por la exposición continúa a elevados niveles lumínicos y acústicos, y por supuesto, serios problemas de comportamiento.

Esta era la vida de Morrisey, antes de llegar a El Hogar Animal Sanctuary, vueltas y vueltas en un carrusel y una vez terminada su jornada de explotación ser atado a un árbol lejos de sus compañeros, incluso cuando no tenía que estar dando vueltas, la vida de Morrisey era una angustia.

Morrisey tenía anemia y no podía levantarse. Además tenía la boca llena de cicatrices, las muelas sin tratar y algunas infecciones por dentro.

Una veterinaria que había visto Paul (el otro poni del santuario) en una feria. Le dio tanta pena que consiguió averiguar dónde lo tenían y decidió comprarlo a los feriantes para poder sacarlo de ahí. Pero al llegar se encontró que Paul estaba acompañando a otro poni qua ya se encontraba tan agotado y débil que no conseguía ni levantarse, era Morrisey. Paul lo lamía y lo acompañaba sin moverse de su lado. Tanta fue la pena que le dio separarlos que los compró a los dos, los montó en una camioneta y se los llevó a su casa, que era un chalet de 500 m2, por lo menos para poder tratarlos.

Allí, mediante medicina tradicional, acupuntura y otras terapias, consiguió sanar algunas de sus heridas y que Morrisey pudiera  volver a levantarse

Cuando llegaron al santuario les llevó alrededor de un año recomponerse psicológicamente, pero siempre estuvieron juntos y se apoyaban mutuamente. Al principio siempre tenían la cabeza gacha, no corrían, no jugaban, incluso tenían el tic de seguir moviéndose en círculos.

Con el cariño, los cuidados y la libertad que les dimos siempre en El Hogar, finalmente conseguimos que se convirtieran en verdaderos ponis: son alegres, traviesos y juguetones.

A Morrisey le encantan los pinos por su olor y le divierte dar patadas a las piñas. Descubrió los mimos en la cabeza y estira mucho las orejas cuando le dicen cosas bonitas.

 

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