Paul

24/04/2010

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Los ponis de carrusel pasan jornadas enteras atados, caminando en círculo sin cesar, dando hasta 1500 vueltas diarias.

Los equinos son animales profundamente sensibles al entorno y, en su medio natural, huyen de los sonidos estridentes y los movimientos bruscos, por lo que verse inmovilizados en un ambiente con un nivel de ruido elevado y gran movimiento, les provoca un estrés crónico que suele derivar en profundas depresiones.

No poder pastorear de manera continua, como cualquier herbívoro lo haría en libertad, y ser privados de agua y alimentos durante las horas que dura su jornada de trabajo, hace que sufran cólicos, úlceras y otras patologías digestivas, que les causan dolor.

Las lesiones de columna son habituales y se agravan a causa de los anclajes a los que permanecen sujetos durante horas, que no les permiten bajar la cabeza o girarla para estirar la musculatura dorsal. Esto se traduce en rigidez y dolorosas contracturas musculares.

Muchos de ellos acaban padeciendo ceguera y sordera, por la exposición continúa a elevados niveles lumínicos y acústicos y, por supuesto, serios problemas de comportamiento.

Esta era la vida de Paul, antes de llegar a El Hogar Animal Sanctuary: vueltas y vueltas en un carrusel y una vez terminada su jornada de explotación ser atado a un árbol, lejos de sus compañeros. Incluso cuando no tenía que estar dando vueltas, la vida de Paul era una angustia.

Una veterinaria consiguió averiguar dónde lo tenían y decidió comprarlo a los feriantes para poder sacarlo de ahí. Paul estaba acompañando a otro poni qua ya se encontraba tan agotado y débil que no conseguía ni levantarse, era Morrisey. Paul lo lamía y lo acompañaba sin moverse de su lado. Tanta fue la pena que le dio separarlos que los compró a los dos, los montó en una camioneta y se los llevó a su casa, que era un chalet de 500 m2, por lo menos para poder tratarlos.

Allí, mediante medicina tradicional, acupuntura y otras terapias, consiguió que Morrisey, el amigo inseparable de Paul, pudiera levantarse.

Cuando llegaron al santuario les llevó alrededor de un año recomponerse psicológicamente, pero siempre estuvieron juntos y se apoyaban mutuamente. Al principio siempre tenían la cabeza gacha, no corrían, no jugaban, incluso tenían el tic de seguir moviéndose en círculos.

Con el cariño, los cuidados y la libertad que les dimos siempre en El Hogar, finalmente conseguimos que se convirtieran en verdaderos ponis: son alegres, traviesos y juguetones. A Paul ahora le encantan ahora las líneas rectas, nada de caminar en círculos, le gusta la tierra porque es blandita y se hunde al pasar, aquí no hay tarima y le encanta dejar huellas con sus zapatitos, ahora ya no lleva una cuerda al cuello y nadie va encima, la gente de aquí camina a su lado.

 

 

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